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Cambiante y de contrastes: Berlín cumple 25 años como capital

Muro de Berlín

Se cumplen 25 años desde que se trasladó la capital de Alemania de Bonn a Berlín. El Muro de 155 kilómetros que la dividió había caído, dejando a la ciudad con terrenos baldíos, carreteras desconectadas y edificios descuidados. Hoy es una gran capital del siglo XXI, pero las reformas y las modernizaciones no han borrado los contrastes que caracterizan a una ciudad en metamorfosis permanente.

Fue el 20 de junio de 1991. El Parlamento alemán (Bundestag) decidió trasladar la capitalidad alemana de la ciudad renana de Bonn a Berlín. El Muro de 155 kilómetros que dividió la ciudad durante casi tres décadas, había caído hacía poco menos de dos años dejando un Berlín con terrenos baldíos, carreteras desconectadas y edificios descuidados. Su reconstrucción era necesaria y urgente.

Para empezar el nuevo parlamento. El lugar elegido para albergar al Bundestag fue el Reichstag, indudable testigo de piedra que desde su construcción entre 1884 y 1894 había sobrevivido en pie, tanto a los incendios y bombardeos de los aliados durante la II Guerra Mundial, como al abandono que sufrió durante la época de la división de Berlín. El Ejecutivo alemán lanzó un concurso arquitectónico para elegir un proyecto de reconstrucción y modernización del edificio en el que participaron más de 80 estudios internacionales. Lo ganó el proyecto del británico Norman Foster, que diseñó la ya emblemática cúpula acristalada y ecológica que cubre el salón de plenos del Bundestag, una de las atracciones de la capital que desde su inauguración han visitado más de 39 millones de personas.

La Cancillería se instaló de forma provisional en la antigua sede del Consejo de Estado de la República Democrática Alemana (RDA), el edificio desde el que los líderes comunistas dirigieron Alemania Oriental hasta que en 1991 se inauguró su nueva ubicación. El moderno edificio de asépticas líneas blancas en el que ahora trabaja Angela Merkel, conocido entre los berlineses como “la lavadora”, luce ante su fachada la obra “Berlín”, de Eduardo Chillida, símbolo de la reunificación.

La caída del Muro en 1989 dejó también zonas totalmente desamparadas que requerían una buena inyección de capital para ser restauradas y rehabilitadas. Una de ellas era Postdamer Platz, prácticamente destruida por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial y atravesada después por el muro, que convirtió la zona en una “tierra de nadie” habitada tan sólo por solares llenos de alambradas, torretas de vigilancia y bloqueos militares.

El concurso urbanístico convocado para intentar que la famosa plaza recuperara el apogeo del siglo XIX fue ganado por el estudio de Hilmer Sattler y el lugar se fue poblando de imponentes rascacielos proyectados por arquitectos como el italiano Renzo Piano, el español Rafael Moneo o el japonés Arata Isozaki. El área, donde se celebra cada año el Festival Internacional de Cine de Berlín, se llenó de hoteles, oficinas, galerías comerciales y complejos de ocio como el Sony Center, convirtiéndose en la plaza financiera de la ciudad.

La capital de las duplicidades

Superar 28 años de división exigía más que un lavado de cara, ya que era necesario unir dos mundos. La tarea fue complicada, no sólo por el esfuerzo presupuestario que las nuevas reformas supusieron, sino también porque Berlín capital contaba, por ejemplo, con dos zoológicos, dos aeropuertos, dos óperas estatales o dos universidades centrales. ¿La solución? Mantenerlos. De ahí que la ciudad sea ahora un extraño ejemplo de urbe en la que muchas de las tradicionales instituciones y edificios históricos se pueden encontrar por duplicado.

Al antiguo Berlín Oeste le falta una catedral, mientras que el Este tiene tres: una católica y dos protestantes, todas cerca de la Isla de los Museos. Sin embargo, el oeste cuenta con la emblemática Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche, iglesia que con torre bombardeada recibe incluso a más visitantes cada día y se ha erigido como uno de las estampas de la ciudad.

Los esfuerzos, las reformas y las modernizaciones llevadas a cabo a lo largo de todos estos años no han borrado los contrastes que caracterizan a una ciudad en metamorfosis permanente. Bloques con grandes cristaleras y renovadas fachadas en las orillas del Spree se combinan con herencias del viejo Berlín como la East Side Gallery, casi medio kilómetro de muro donde un centenar de artistas de todo el mundo estamparon sus “grafitis” tras la caída. La avenida Kurfürstendamm, centro comercial del antiguo “sector libre” y occidental de Berlín, sobrevive con sus decenas de negocios junto a Unter den Linden, la principal arteria del este que une la emblemática Puerta de Brandeburgo con el eje turístico de Alexanderplatz.

Tras 25 años de capitalidad, Berlín ha cambiado, pero sigue manteniendo su esencia y su historia y continúa como ejemplo de un núcleo urbano que sabe conjugar pasado con presente, dinamismo y transformación con historia. Prueba de ello son el mar de grúas que forma parte del perfil de la ciudad o las obras de reconstrucción del antiguo palacio imperial de los Hohenzollern sobre el solar del antiguo Palacio de la República comunista, demolido por problemas de amianto y levantado en su día sobre las ruinas de una joya del barroco que ahora la ciudad busca recuperar.


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