Mongolia
Mongolia es un sitio extraño. Sus anchas tierras donde ondean verdes hasta los pies de las montañas se extienden como plaza de nadie entre China y Rusia, un lugar donde pocos imaginan lo que se esconde. Viajar a Mongolia es un sueño que guardo con cariño, como aquella visita que se resiste pero que en algún momento llegará. Pero ¿para qué visitar Mongolia? ¿Qué hay allí que pueda atraer nuestras miradas? Allí, amigos, hay un mundo por descubrir.
Podría pasarme horas enumerando cada una de las actividades que haré el día que visite ese país. Los jinetes montan pequeños caballos pero fuertes y los hacen correr con tanta prisa que no pueden sentarse. Su mundo gira en torno a los animales; encierran las cabras y arrean vacas de larga cabellera llamadas Yak y adiestran halcones con los que cazan lo que pueda meterse en la olla para darle energía al cuerpo. Los camellos pastan a sus anchas hasta las cercanías del desierto de Gobi y los nómadas los usan para transportar sus tiendas, único refugio que poseen.
Un día, imagino, me meteré en un tren y me deslizaré sobre las vías que cortan Mongolia como un tajo hasta llegar a un pueblo solitario y desde allí emprenderé el camino a una de esas tiendas donde beberé leche agria de Yak y por la noche saldré a ver las estrellas para volver a pensar que nuestra casa es donde estemos pero sobre todo, casa es donde seamos felices.
Podría, como dije antes, zambullirme en decenas de explicaciones, enumeraría cada uno de los detalles que a los viajeros nos puede esperar en un destino tan inhóspito y contradictoriamente tan acogedor, pero no me meteré en esa interminable lista, sino que me dejaré llevar por la imaginación con estas imágenes: