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Las ruinas de la guerra: por los campos de batalla de España

Belchite

Trincheras, fortines, refugios antiaéreos… Muchos vestigios de la Guerra Civil Española vuelven a la vida como reclamos turísticos que pretenden aprender de los errores cometidos en el pasado para no repetirlos en el futuro. Lamentablemente, en muchas ocasiones, estas incontestables reliquias resisten como pueden al paso del tiempo, unas veces devoradas por la maleza y otras decoradas con restos de botellón y grafitis de dudoso gusto. Es como si, como consecuencia del odio que todavía destilan por las grietas que resquebrajan el hormigón armado de sus cubiertas, quisiéramos condenarlas para siempre al ostracismo.

Entre esta manifiesta desidia, también podemos destacar honrosas excepciones. Sin ir más lejos, el año pasado Arganda del Rey rescató del abandono su fortificación del Cerro del Melero. Construida en 1938 por las tropas republicanas para repeler un nuevo avance de los franquistas tras la Batalla del Jarama, hoy se erige como un monumento a la paz, al que se puede acceder de manera libre o contratando alguna de las visitas guiadas que organiza el consistorio.

Sobre el terreno, el curioso forastero puede hacerse fácilmente una composición de lugar gracias a los numerosos paneles informativos que explican la historia que se esconde tras instalaciones militares como la propia trinchera restaurada,  los nidos de ametralladoras, los pozos de tiradores o los puestos de fusiles. No obstante, este no es el único caso en el que estas reliquias han sido sometidas a un lavado de cara. Por toda nuestra geografía se cuentan por cientos, muchas veces como parte de un conjunto bélico y otras como elementos militares independientes representados por trincheras, fortines o refugios antiaéreos.

Víctima de su propia batalla, la de Belchite, este municipio zaragozano acabó destruido después de que la aviación republicana vertiera sobre él todo su arsenal en 1937. El nivel de devastación fue tal que, una vez concluida la guerra, el régimen de Franco decidió que sería más sencillo construir un nuevo núcleo urbano en sus proximidades antes que tratar de salvar los pocos edificios que resistieron a los ataques en el viejo.

De esta manera, Belchite ha llegado hasta nuestros días como una sombra de lo que fue. Un espectro que proyecta la silueta de sus ruinas sobre los páramos circundantes y que abre algunas de sus calles al turismo a través de las visitas guiadas que organiza el Ayuntamiento. Además, en torno a la Noche de Difuntos, el consistorio también consigue seducir cada año a los viajeros que se inscriben en la denominada Noche de las Ánimas, una ruta nocturna que, si cabe, añade más misterio a cada ripio, a cada escombro. No en vano, cada vez son más los amantes del mundo paranormal que se acercan hasta allí en busca de señales enviadas desde el más allá.

Mientras tanto, el Belchite nuevo ya ha cicatrizado sus heridas de guerra y prefiere mirar hacia el futuro disfrutando de su rica gastronomía. Con el Ternasco de Aragón asado como máximo exponente, también presume de sus ricas madejas y sus magras con tomate. Unos platos que, regados con un buen Vino de la Tierra del Bajo Aragón, siempre están presentes en las cartas de restaurantes tradicionales como Gavilán, La Lomaza y Ntra. Sra. del Pueyo.

Antes que Arganda del Rey, la población oscense de Castejón del Puente ya había decidido reconciliarse con su historia en 2003, rehabilitando para ello una serie de trincheras y convirtiéndolas en un nuevo reclamo turístico de libre acceso. Encaramadas sobre un elevado promontorio, en realidad no estaban diseñadas para el combate, sino que fueron concebidas como un puesto de observación desde el que se controlaban, en un recorrido circular, los movimientos de un aeródromo próximo. Sin saberlo, los soldados allí destinados desempeñaron sus funciones en un entorno que hoy forma parte de la lista de Lugares de Interés Comunitario (LIC) de la Red Natura 2000. Integrado, por un lado, por el Soto del Río Cinca y, por otro, por los Cantiles de Yesos, acoge en su conjunto especies animales tan curiosas como la nutria, el alimoche o el rey fraile.

La zona también está bendecida con joyas arquitectónicas tales como la calzada y el puente romano, de los que apenas quedan unos restos, así como con otros inmuebles emblemáticos como la iglesia gótica de la Asunción, la casa consistorial o las ruinas de una solemne noria. Y eso por no hablar de su rica gastronomía local, que incluye todo tipo de embutidos, quesos de Las Almunias de Rodellar y de Radiquero, el tomate rosa, las mieles y, cómo no, el Ternasco de Aragón. Sin olvidarnos, claro está, de los potentes vinos de Somontano y el famoso anís de Colungo, disponible en restaurantes como El Puente o Casa Barranco.

Las entrañas de Alicante

Ante los sistemáticos bombardeos a los núcleos de población, muchas fueron las ciudades que, durante la Guerra Civil Española, decidieron construir refugios antiaéreos con el fin de proteger a sus habitantes. Entre ellas se encontraba Alicante que, a mediados de este año, reabría las puertas de una serie de galerías subterráneas que prácticamente habían caído en el olvido.

El refugio se encuentra ubicado en el subsuelo de la céntrica plaza de Séneca y, junto a él, también se ha habilitado un nuevo centro de interpretación que, alojado en la conocida como Casa de Máquinas, está provisto de paneles informativos y otros elementos como dioramas, maquetas de aviones, armamento, uniformes, fotografías aéreas, documentación y hasta dos bombas utilizadas por las aviaciones italiana y alemana.

A pocos metros de allí, la ciudad se asoma al Mediterráneo desde su balcón de la Costa Blanca, cuyas playas comparten protagonismo con otros encantos de la ciudad, como los restos de sus murallas y el conjunto arquitectónico que todavía se conserva en la que otrora fuera zona de intramuros. Justo allí, a solo unas calles de distancia, el Ayuntamiento, el Museo de Belenes, la concatedral de San Nicolás o los museos de Arte Contemporáneo y Bellas Artes se disputan la atención de los visitantes. Según la hora del día, a esta disputa se suelen sumar también otros contrincantes, como las paellas y otras especialidades arroceras que distraen a los turistas de sus objetivos culturales. Sin olvidarnos tampoco de sus afamadas horchatas de chufa, sus uvas de Vinalopó o sus vinos con denominación de origen, elaborados con uvas autóctonas de las variedades Moscatel y Monastrell, con las que también se elabora su popular mistela.

Los búnkeres de La Línea

España está repleta de búnkeres y fortines de la Guerra Civil Española, como los de Brunete (Madrid), Calicasas (Granada) o Rosas (Gerona), aunque también posee construcciones defensivas que surgieron frente a la amenaza alemana durante la II Guerra Mundial. Sin lugar a dudas, entre las más representativas sobresalen las que se ubican en el término municipal de La Línea de la Concepción (Cádiz) donde se llegaron a construir hasta 498 búnkeres cuando Francia cayó rendida bajo el yugo alemán y los nazis fijaron su siguiente objetivo en la conquista del Peñón como paso previo a una eventual derrota de Gran Bretaña. Un ataque que por suerte nunca se produjo.

En la actualidad, cerca de una treintena de estos fortines están incluidos en una ruta que el Ayuntamiento ha trazado para quienes deseen conocer por fuera y por dentro por qué y para qué fueron construidos. La visita bien merece una parada en la cercana colonia británica, mejor a pie si se quieren evitar los intensos atascos que se forman en los accesos de la verja. Si, por el contrario, las preferencias se inclinan por el lado español, no se puede dejar de pasear junto a los restos de los fuertes de Santa Bárbara y San Felipe, del siglo XVIII, la Iglesia de la Inmaculada o los museos Cruz Herrera, del Istmo o Taurino Municipal Pepe Cabrera. Amén de sus playas, claro está, o el Parque Natural de los Alcornocales.

No menos interesante es la gastronomía de la zona (la del lado español, por supuesto), que incluye platos marineros como la famosa mojama, la jibia con garbanzos, las navajas a la plancha, las mollas, el choco frito, el calamar relleno, el pulpo a la brasa o la corvina con gambas. Todos ellos maridados con vinos de Cádiz o Jerez en restaurantes linenses como La Marina o El Braserón o en otros más renombrados como Aponiente que, con sus dos estrellas Michelin, presta servicio en El Puerto de Santa María.

 


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